
LLEGUÈ A ESTA MÙSICA casi de casualidad. Estaba en Vancouver, ya 10 años, debe haber sido el año 96 o 97 del siglo pasado. Carajo, que viejo soy. No tenìa dinero ni compañera y estaba bastante aburrido de todo. Una muchacha de apellido Shabakostein, que estaba enamorada de mì pero que no me agradaba, me invitò a un concierto de mùsica de càmara, y de allì a cenar y luego a su piso. Era sexo garantizado, que lo deseaba y necesitaba, luego de muchas lunas de sequia orgasmica. La Shabakostein era hermosa y caballona, como son las mujeres que me atraen, pero era demasiado assertive, demasiado self confident y eso me intimidaba, al punto de ser un verdadero turn off. El concierto era organizado por la Chamber Music Society de esa ciudad y no recuerdo què se tocò aquella noche pero sì recuerdo a la cellista, una hermosa muchacha, que luego supe era de Edmonton y que se llamaba Emily. Lo supe porque cuandos la Shabakostein fue a buscar el auto me indicò que la esperara en la puerta del venue, con las 6 botellas de 750 ml de Cabernet Sauvignon de la bodega Glen Ellen -auspiciador del evento- y una de 1.5 litros que habìa comprado en el lobby. «No te muevas, aqui te recojo» imperò. Fue en eso que vi a la de Edmonton salir con su cello y dos bolsas abultadas y me ofrecì a ayudarla hasta la parada del taxi. Es entonces que iniciamos una conversa que durò unos minutos. ¿Siempre tocas para la Society? preguntè, tratando de ubicar sus coordenadas para un posible encuentro. «Sì» dijo, «aquì me volveràs a ver». Indicò que la Society buscaba voluntarios para atender la puerta, el ushering y el catering en los conciertos y me instò a que me inscriba. Estaba extasiado ante el milagro. Quise preguntar su numeraciòn pero el taxi ya habìa arribado. Un milagro tiene derecho a imponer condiciones, dijo un sabio ciego. Le di un beso en la mejilla a traves de la ventanilla cuando de reojo vi que la Shabakostein estaba ya parkeada frente a nosotros y me miraba con una expresion furibunda, no la de la mujer celosa, sino de aquella que siente que alguien ha traspasado los lìmites de su propiedad privada. Despues de conducir de manera temeraria, llegando a su piso, la Shabakostein se calzò unas lencerias imitaciòn de piel de jaguar, intentando llenarme de deseo, pero era inutil; mi alma, mi mente, y mi cuerpo, estaban poseidos por Emily. La caballona, enfurecida, me expectorò de su piso a la lluvia fria e inmisericorde de Vancouver. Por suerte pude escamotear la litro y medio de Glen Ellen, que en aquellos tiempos me parecìa delicioso. Falto de dinero para un taxi, caminè por 45 minutos hasta mi tugurio, donde lleguè empapado y borracho, pero feliz, soñando con el encuentro con Emily.
Fui a muchos, muchos maravillosos conciertos, pero no encontrè a Emily. Aprendì, sin embargo, a disfrutar de la mùsica culta en el ambiente intimo, privado, excluyente, de la mùsica de càmara, en auditorios pequeños, de entradas costosas, de mujeres hermosas vestidas con galas extravagantes que de alguna manera las hacìa ver ridìculas y al tiempo muchamente deseables. Habria transcurrido un año cuando fue que me tocò cubrir el backdoor para el Jerusalem Quartet, un cuarteto de cuerdas que hacìa su debut en la costa oeste de norteamèrica. Luego de la salva de aplausos del respetable, escaniè con la mirada la sala y saltò mi corazon cuando la vi, entre el pùblico. No era tan hermosa como en el recuerdo que guardaba de la primera vez que la vi: el deseo y la ansiedad construyen imàgenes que distan de la realidad. Aun asi, me parecio bella, ya sin el vestido rojo -pegado a su cuerpo como piel de un chorizo- con el que la vi por vez primera, arrancando notas algo estridentes del cello. Terminadas las repeticuàs de aplausos con que se premia a los performers, estuve mingleando en el backdoor, copa de Glen Ellen en mano -Chardonnay fue esta vez- esperando a que Emily se acercara a schmoozear un rato con los musicos y organizadores. Para mi decepcion, se acercò a mi con el violinista del cuarteto, un telaviveño calancon, alto y doblado, cubierto de pelo, muelon y sin gracia. «Ivan!» exclamò Emily con entusiasmo. «No te parece increible la musica del Quartet? Te presento a Shimon, mi novio». No creo sea necesario detallar mis emociones y baja autoestimatore de ese amargo momento.
El Jerusalem Quartet volvìo a Vancouver tres veces màs durante mi estadia en aquella ciudad que es como una joya que no refulge porque sus cielos la castigan 9 meses al año con una camanchaca que tiene poco de niebla y mucho de lluvia helada. Urgido por los deseos y deseando capturar una oportunidad perdida, intente reconectar con la Shabakostein, pero esta se habia unido a los krishna y aunque aun me amaba y queria ser mi mujer para siempre, explicò me que habia hecho un voto de castidad de por vida, por lo que la liberacion explosiva de las hormonas contenidas por una decada con ella era una imposibilidad. Acepte mi karma y como auto castigo me impuse aprender de la musica del Quartet, en particular de aquella que sonó la noche que conoci a Emily: The Dreams and Prayers of Isaac the Blind. No pude completar mi tarea; desde hace 16 años sufro de sordera. A veces golpeteo la caja de un cello con la punta de los dedos, tratando de reconstruir el Agitato-Con Fuoco-Maestoso-Senza Misura, Oscilante, de la pieza; me aburro y pateo el instrumento: Es inùtil.
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LOS SUEÑOS Y LAS PLEGARIAS DE ISAAC EL CIEGO, es una èpica musical, escrita por Oswaldo Golijov, un musico de La Plata, Argentina, hijo de una familia inmigrante de Rumania. Golijov se inspirò para su composicion en Isaac el Ciego ( רַבִּי יִצְחַק סַגִּי נְהוֹר), un gran kabalista de Provence, en la Francia del siglo XIII. Su obra asegura que todas las cosas y los eventos del universo son permutaciones del alfabeto hebreo. Tal como dice en una linea: «Su raiz esta en el nombre, porque las letras son fractales, que aparecen como flamas moviles y libres pero estàn inextricablemente vinculadas a la brasa que las origina»…..
Nota de edicion. Todo lo anterior es ficcion, excepto por la Shabakostein, por Emily, por mi voluntariado en la Vancouver Chamber Music Society, por el Cabernet Sauvignon (y el Chardonnay) de Glen Ellen, por la lencerìa imitacion de piel de felino, por la escamoteada de la litro y medio, por la lluvia helada e inmisericorde de Vancouver y por el maestro Oswaldo Golijov.
Y por Isaac el Ciego.