
Aunque no soy de salir a comer mucho a la calle, por cuestiones de insatisfacción y economía, mi querida madre me convenció de ir a comer un ceviche a un restaurant en lugar de hacerlo en casa. No te des tanto trabajo hijo, dijo, y fijo, tenía razón porque estaba bastante chaqueteado de una simpática reunión la noche anterior, comiendo carnes al cilindro en la casa de mi amigo el Sapo Arrunátegui, también conocido como Steven Tyler de pollada bailable.
La cosa es que, siendo avanzada la hora, eso de ir a comprar los ingredientes, volver, preparar, etc, ya no era opción, por lo que siendo vecinos del maravilloso barrio del Olivar de San Isidro, nos fuimos caminando a la avenida Conquistadores, donde hay un huevo de establecimientos gastronómicos, que deberían llamarse astronómicos, por los precios. Mi madrecita, sin embargo me dijo que había uno que tenía precios «razonables» que equivale a decir precios equivalentes a restaurantes de entrada del primer mundo, en otras palabras, ceviches empezando a 26 soles, 10 dólares.
Ahi viene el tema de la insatisfacción, que viene al caso con Steven Tyler, y con el tema aquel satisfaction, que tantas satisfacciones les dio a los Beatles. Lo mío no pasa por lo musical sino por el hecho de que, cuando uno va a un restaurante muy promocionado y pides un ceviche o una carne y te cobran con un mazo -a dios rogando y con el m… dando- para que al final el platillo en cuestión no pase de regular, entonces, ahí hay un problema. Si voy a pagar un ceviche de 30, 40 o 50 lucas quiero que sea espectacular. Hay un famoso restaurante de carnes en Lima cuyo nombre no quiero acordarme, que te sirven carnes mas o menos pasables pero TODOS sus otros platos son super salados. Incomibles, en realidad, entonces para eso, para salir rabiando porque me gasté 180 soles en una comida para dos para que me dejen la boca mas salada que calzoncillo de pescador, no pues, no pueees, como decía la señora nano, candidata eterna a algun cargo político de importancia, no pueees, que se metan su cevichería al poto.
Bueno, basta de disgresión. La cosa es que terminamos en el Señor Limón de la dicha Conquistadores. De saque no me gustó ni michi el primer piso, oscurón y con una decoración que quiere ser gringo friendly, pero en fin qué sabré yo de decoración de interiores. Pero quede claro, con ese esquema de colores a un ser humano normal se le cierra el apetito. Por suerte mi mamá ya conocía y me dijo no, la cosa es arriba en la terraza. La terraza no es ni mas ni menos que la azotea, donde aunque algo claustrofóbico, se ha logrado un ambiente mas alegre y latino, que son temas que van de la mano con los platos marinos en nuestra cultura. Los colores alegres y tonos pastel, al estilo de la vieja Lima, con simpáticas sombrillas y mobiliario de madera, que comer ceviche en sillas y mesas de metal, francamente no pasa, no paaaasa.
Vayamos al grano, o sea, a la evaluación del restaurante.
LO BUENO fue el ceviche. Pedí un ceviche mixto, de 26 soles creo, hecho con trozos grandes de lisa, aros de calamar, dos o tres colas de langostino y un pedacito de caracol perdido por ahí. Creo que si no fuera porque la frescura de los ingredientes estaba y porque la sazón y el punto de cocción estaban, hubiera reclamado por la ausencia de la parte «mixta» del ceviche. Pero no, estaba bien, una porción adecuada para una persona, que tampoco es cosa que te sirvan un cerro, como se estila en otros lugares, por lo general para compensar por la calidad deficiente.
LO MALO. Para el segundo plato ninguno de los ofrecidos en la carta me convencía, pero vi un fetuccini con no se qué cosa y un tacu tacu a lo macho. A mí eso de los tacu tacus los dejo para cuando voy al Cordano a tomar desayuno y me lo empujo con un café pero ir a cevichería a comer tacu tacu pues este pechito no se presta a esas innovaciones que están tan de moda. Así que llamé a nuestro mozo, un joven de nombre Julio, muy atento y simpático, a quien pedí que me hicieran un fetuccini con salsa a lo macho, menos el filete de pescado. Julito puso cara de alarma. «Uy no sé» dijo con tono de niño asustado. «Voy a tener que consultar con el cocinero». Vamos, le dije. ¿Eso no puede ser tan complicado, o sí? Pues resultó ser mas que complicado porque al final volvió y me dijo con rostro consternado que no se podía «porque me han dicho que todas las porciones ya están dispuestas» o algo así, algún palabreo tonto que refleja la poca flexibilidad y el mal servicio al cliente que caracterizan a los restaurantes -y comercios en general- de la tres veces coronada, una vez roto-invadida y una vez tsunameada Lima.
Ordené algo de la carta, un Risotto Señor Limón, que se ofrecía como «Risotto de conchas de abanico con láminas de pulpo a la parrilla aromatizado con finas hierbas.» Sonaba promisorio. Sonaba. Me trajeron un plato que parecía un platillo volador de tamaño natural. En el centro, la porción de risotto que parecía yeso de tarrajear, engrudo. Muy mala pinta, sinceramente. El color, el look, te quitaba las ganas. Todo entra por los ojos, dice el dicho. Todo, menos una cosa. Montado encima del risotto, no sé si fue por compensar por lo del fetuccini, tres tentáculos enteros de pulpo que sí tenían buena pinta. Tenían.
El risotto estaba tan monse como su pinta. El pulpo, salado y con demasiado romero. El romero, como todos saben, tiene un sabor muy penetrante y puede imponerse a otros sabores mas sutiles, sacándolos del radar gustativo. Al final comí el risotto porque me moría de hambre pero el pulpo estaba tan salado y con tanto romero que a pesar que me encanta ese molusco, comí un tentáculo y llevé los otros dos a mi gatita Fuci, quien estuvo muy en desacuerdo con mi apreciación, devorando el platillo y seguramente deseando que visite el Señor Limón con mas frecuencia.
LO FEO. Algo que sucede muy a menudo en restaurantes limeños, sin importar el precio de las cartas ni la exclusividad. Los vasos olían a huevo malogrado. Esto, que es resultado de un mal lavado y un mal secado de la cristalería es algo que no puede suceder en un restaurante que se precie. Lo bueno fue que Julio no tuvo reparos en cambiar los vasos, pero el daño ya estaba hecho.
¿Volvería al Señor Limón de Conquistadores? Sí, a disfrutar del ambiente de la terraza y repetir el ceviche. ¿Los otros platos? tendrían que darme muestras primero.
ps. ¿Maridaje? Para el ceviche pedí un Sauvignon Blanc pero no tenían. Con una cerveza fría quedó mejor que con el Chardonnay que sí estaba disponible.