NO HABLAMOS AQUÍ DE UN VINO ESPUMANTE, en el cual la formación de burbujas es su raison d´etre, sino aquellos casos en que un vino tranquilo presenta un leve «cosquilleo» o «picor» en el ataque, muchas veces sentido en la punta de la lengua. Este fenómeno se presenta como pequeñas burbujas que ocurren debido a la presencia de gas carbónico (CO2) durante el proceso de vinificación; la levadura consume el azúcar del mosto de uva y produce alcohol y CO2 como subproductos. En algunos casos, el winemaker puede dejar una pequeña cantidad de azúcar residual en el vino para crear una fermentación secundaria en la botella, conocida como «fermentación malo-láctica». Esta fermentación puede producir CO2 adicional, lo que puede hacer que el vino desarrolle esa ligera efervescencia
Estas burbujas, que por lo general son muy finas, pueden presentarse debido a otros factores, como las fluctuaciones de temperatura o la presencia de determinadas bacterias. Sin embargo, hay que indicar que la presencia de burbujas en un vino seco no es necesariamente un signo de mala calidad, y muchos aficionados disfrutan de la efervescencia como una característica única del vino, asociada a una sensación refrescante.
Otra razón de las burbujas en el vino tinto seco puede deberse a un proceso llamado «microoxigenación», la que consiste en la introducción controlada de oxígeno en el vino durante el envejecimiento, lo que puede ayudar a suavizar los taninos y mejorar la estructura general del vino. Sin embargo, este proceso también puede provocar la formación de pequeñas burbujas en el vino
Si las burbujas son excesivas o el vino tiene un sabor muy efervescente o agrio, puede ser señal de un problema en el proceso de elaboración o en las condiciones de almacenamiento. En general, los vinos tranquilos secos no deben presentar burbujas, y si es el caso, conviene revisar la informacion brindada por la bodega, sea en la etiqueta o la web para verificar si es el estilo del vino, si ha ocurrido sin intención pero no altera la calidad del vino o si se le puede considerar un defecto.
LA ANTIGUA CANTINA QUEIROLO de Jirón Quilca, en el centro histórico de Lima, fue donde empecé a leer el libro. Debo decir que aunque conserva el encanto que da la antiguedad y transpirar el aire bohemio que atrajo a grandes escritores y artistas en otros tiempos, ya no es lo que fue y tal vez lo sea y no lo puedo percibir, pero la comida eso sí, ha tenido un tremendo bajón en calidad, porque en precios más bien se fue para arriba, como dice la canción. En fin, dejemos tranquilos al caucau, la patita con y sin maní y el sánguche de jamón (cómo que cortan la cebolla en cuadraditos, por favor) y vamos a lo nuestro.
Imagen generada por AI. Nos libra a los escritores de tener que buscar imágenes sin copyright. Aunque con el ritmo que desarrolla la technologia, tal vez en pocos años ya no haya blogs y copyright sea cosa del pasado
En muchos libros, incluso -o especialmente- en los de no ficción, he encontrado introducciones realmente deliciosas. Vienen a mente la de The Confessions of an English Opium-Eater de Thomas de Quincey y de History of the Conquest of Peru, de Prescott. En el caso de Vida de Pi, la introducción -en este caso, una nota de autor- podría ser en sí misma un cuento independiente del corpus de la novela. Es realmente delicioso y humorístico, y con mucha carga de reality check para el writer wannabe. Obvio que no puedo presentar todo aquí pero daré un resumen y si no un resumen propiamente, al menos algunas secciones para incitar el deseo del lector de hacerse con el libro y darle duro. En sentido figurado, por supuesto. Nota que he tijereteado y redactado de novo algunas partes para facilitar la visita. Abro cita:
Este libro nació cuando yo estaba hambriento. En la primavera de 1996, una novela mía se publicó en Canadá. No le fue bien. El libro no se movió. Las copias paraditas en los anaqueles de las librerías como niños esperando ser llamados para entrar al juego de fulbito. El mío era ese niño desgarbado y debilucho que nadie quiere en su equipo.
El fiasco no me afectó mucho pero estaba inquieto, con poco dinero, y empecé otra historia, basada en Portugal de 1939. Tenía poco dinero y volé a Bombay. Parece ilógico pero no si te das cuenta de 3 cosas: que una estadía en India le sacará la inquietud a cualquier entidad viviente; que poco dinero puede ir muy lejos allá. Y que una novela basada en Portugal de 1939 podría tener muy poco que ver con Portugal de 1939.
Mi segunda visita a la India sabía mejor qué esperar y qué quería: tenía visiones de mí mismo sentado a una mesa en una terraza, en Matheran…. en la distancia colinas verdes vestidas en niebla; chillidos de monos alrededor y mis notas diseminadas sobre el tablero junto a una humeante taza de té. Así, con lápiz en mano y en manga corta, convertiría Portugal en una ficción.
Una pena pero la novela balbuceó, tosió y luego murió.No hubo colinas verdes aunque sí algunos irritantes aullidos de monos. Es una miseria peculiar a los wannabe writers. Tu tema es bueno, así como tu prosa. Tus personajes están tan llenos de vida que prácticamente necesitan partidas de nacimiento. La trama es grandiosa, simple y cautivante. El diálogo zigzaguea con tensión.Las descripciones explotan con color, contraste y detalle. La historia tiene que ser un éxito. Pero al final, la suma es cero. A pesar de la aparente promesa brillante, hay un murmullo que ha estado persiguiéndote todo el tiempo: no funca. Falta un elemento, esa chispa que trae vida a una historia, más allá de que sea buena o mala.
Desde Matheran envié mi manuscrito por correo postal a una dirección ficticia en Siberia, con un remitente y direccíon también ficticias, en Perú.
Seguía inquieto y decidí explorar el sur, llegando a Pondicherry, que fue la capital del más modesto de los imperios coloniales, la India Francesa. En el camino me preguntaban cual era mi profesión. Soy doctor, pensé en mentir, pero pensé que si el bus se estrellaba todos los ojos estarían puestos en mí y tendría que admitir que era doctor en derecho. Filósofo, tanteé, pues tengo un bachillerato en filosofía, pero imaginé que de ocurrir ese accidente, los damnificados me hubieran pedido explicar qué significado tenía esa tragedia. Así que decidí decir que era escritor. Escritor? ah sí no? pues tengo una buena historia para usted. Casi siempre eran anécdotas triviales, cortas de aliento y cortas de vida.
En el Indian Coffee House se me acercó un viejo de ojos vicaces y mechones blancos. Confirmé que sí, que en Canadá se habla francés y que hace frío. Cuando iba a llamar al mozo para pagar, el anciano dijo engo una historia que lo hará creer en Dios. Entré en pánico: un testigo de jehová? Su historia empieza hace dos mil años en un rincón remoto del imperio romano? No. Tal vez era un musulmán. Su historia tiene que ver con la Arabia del siglo VII? No. Tuvo lugar aquí mismo, en Pondicherry, hace unos años y estoy encantado de decirle que termina en el país del cual usted viene. Y me hará creer en Dios? Sí. Es una valla muy alta. No tan alta que usted no pueda alcanzarla.
Oh, Wine. Olvidaba, lo más importante. Martell hace 4 referencias al vino en la novela. En la página 77 llama al agua «el vino de la vida» cuando encuentra agua enlatada en un compartimiento de su pequeña embarcación de náufrago. Al comienzo del capítulo 88 menciona unas botellas de vino vacías flotando entre una isla de desperdicios domésticos e industriales y logra capturar una, que usará para guardar agua o para un mensaje. La cita en la página 130 es la única que hace mención al vino en su aspecto hedonístico, cuando dice «qué no daría por una sopa de cola de buey, un lechón asado y relleno con arroz o conejo guisado en vino»…. lo que indica la desesperación que le causa el hambre pues Pi es vegetariano.
Ahí lo dejo, para que el intrépido lector se sumerja en las pilas de libros de segunda de Quilca o Amazonas y a riesgo de agarrar una alergia descomunal o una infestación de ácaros, consiga una copia en buen estado como la que yo tuve la suerte de encontrar. Recomiendo leerla en inglés. Y recomiendo también evitar la patita sin maní del Queirolo.
HA DE SER UNO DE LOS descriptores mas socorridos en las notas de cata, las tasting notes que el venerable Robert Parker llevó a extremos lexicológicos que unos aborrecen y otros adoran (me cuento entre ellos, he de confesar), pero que a nadies deja indiferente y ambos grupos -odiadores y amantes- imitan cuando redactan sus experiencias sensoriales delante de una copa de vino.
ME REFIERO AQUÍ A el concepto de mineralidad en el vino. Algunos expertos sostienen que la mineralidad es una característica real y distintiva del vino que puede detectarse mediante análisis químicos, mientras que otros creen que es una cualidad percibida en la que influyen otros factores, como la acidez, la textura y el aroma.
En la actualidad no hay evidencia sólida que apoye la idea de que los minerales del suelo puedan influir directamente en el sabor del vino. Es posible que la percepción de mineralidad sea el resultado de otros factores, como la presencia de compuestos aromáticos que pueden «saber» a minerales.
El término «mineralidad» se usa para describir el sabor y el aroma de ciertos vinos de los que se dice que tienen una cualidad mineral. Esto puede manifestarse de diversas maneras, como un sabor a piedra, pedernal o tiza, o una sensación de salinidad o terrosidad. Algunos expertos creen que estos sabores son el resultado de los minerales del suelo donde se cultiva la uva, que son absorbidos por las cepas y transferidos al vino. Este es un argumento difìcil de probar, principalmente por el hecho de que las raíces no absorben compuestos químicos completos sino sus componentes iónicos. Así, por ejemplo, la tiza, que es un descriptor frecuente en vinos blancos, se presenta en la naturaleza como el compuesto CaCO3, (carbonato de calcio). Pero como lo muestra la fisiología vegetal, la planta no absorbe moléculas de tiza, sino el ión de Calcio que la compone, y este por sí mismo no sabe ni huele a tiza.
En definitiva, el debate sobre la realidad o la percepción de la mineralidad en el vino sigue abierto, y las opiniones varían mucho entre expertos y aficionados. Lo que está claro es que el sabor y el aroma del vino son complejos y polifacéticos, y están influidos por una amplia gama de factores, como la variedad de uva, las condiciones de cultivo y las técnicas de vinificación.
LEER es una actividad algo misteriosa. Algunos leen incansablemente desde que descubren el placer íntimo que se crea en la distancia secreta que va de las pupilas a la página. La tinta contra la fibra del papel tiene también un encanto, aunque el lector, encantado por la historia que se desenvuelve ante su asombro, muchas veces la ignora. La lectura es sonido, más que vista, aunque parezca contra-intuitivo, tiene una textura física, y a pesar de que esta es una presencia continua, presente y clara, la abstracción en el plot -la trama- nos priva, a veces, de esa dimensión extra del placer de leer.
INTENTÈ leer la novela de Yann Martel en el año 2003 cuando vivía en Ottawa pero no pude pasar de unas cuantas páginas. La introducción me pareció genial -copiaré más adelante algunos segmentos que me deleitaron- pero entrando ya a los primeros capitulos, cuando desarrolla todo un pensamiento respecto a que si los animales están mejor en estado silvestre o en zoológicos y elabora descripciones de algunos personajes que sirven para el entarimado de la trama, me aburrí. No voy a negar que en parte también me irritó el argumento de que los animales están mejor enjaulados que en libertad, lo que me pareció no solo errado sino infame. Pero su caracterización de Mamaji y del profesor Kumar me resultaron indigestos, aunque mucho menos que la viñeta -de intención hilarante- de como los compañeros de escuela del héroe de la novela lo acosaron cruelmente en razón de su nombre, Piscine, que ellos dislocaron en pissing -meando- aunque salva la martingala pues con eso sella su nombre para el resto del libro como Pi (pronunciado en inglés pái y no pí como en español).
EL HECHO es que avance algo más en la trama sin engancharme y cometí el pecado que el buen lector no debe cometer: me fui al final para ver cómo terminaba. Tampoco tuve éxito con esta táctica que me sirvió muy bien para leer Cien Años de Soledad, que dejé unas diez veces hasta que leí el final y luego de eso la devoré de cabo a rabo, releyéndola 9 veces, 7 en castellano y 2 en inglés, en la excelente traducción de Gregory Rebassa, la que ha convencido a muchos lectores anglosajones de que la version en el idioma de Newton es mejor que en su idioma original. Lo cual, es absurdo, a lo cual estoy facultado en función de haberla leido en ambos idiomas en múltiples ocasiones y por tener un dominio bastante avanzado del inglés. Al final del invierno de ese año volví a Vancouver, donde estudié un posgrado y luego trabajé como vendedor de vinos hasta que el 2012 regresé a mi Perú natal. A poco de llegar al pais del metal y la melancolía me llegó la noticia de que el almacén donde había dejado guardados todos mis enseres -de lo cual lo que más lloro son mis libros y una colección de corales que recogí en el Mar de Bering durante mis tiempos en altamar- se había inundado, dañando irreparablemente todos mis objetos personales, con lo cual se perdió también mi copia de Life of Pi. La historia no volvió a mi mente sino hasta mucho después.
El año 2017, en una de mis visitas a los libreros de segunda de Quilca, encontré un paperback de Life of Pi, en inglés (me rehúso a leer traducciones) en perfecto estado, aunque no con la tapa en mate de una ilustracion de la cabeza de un tigre sobre un arco de ondas azules que simulaban el mar, sino una mas reciente, mostrando un bote blanco sobre el fondo marino, en el cual se ve a un tigre encaramado en la proa y al fondo, casi escondido en popa, a un joven de piel oscura, Pi. Decidí comprarlo, no tanto porque me interesara leer la novela que ya me habia dejado la impresion detallada arriba, sino porque me servia para reconstruir en algo el patrimonio de cosas queridas que perdí en el naufragio de mi pasado. Llegué a casa le dia una mirada por demás perfunctoria y la arrumé con una cantidad de libros que esperaban ser leídos. No tenía la menor intención de leer Pi. Hasta que en un mercadillo vi una copia CD de la película y la compré con otras más para tener algo con que llenar alguna tarde aburrimiento sabatino. El filme me fascinó. Es una historia conmovedora y rica, así como ricas son las imágenes de los dos naúfragos en medio del océano que se separan al llegar a una isla, escena que debo confesar, me hizo lagrimear mucho. La vi una y otra vez y me dije, la novela no puede ser tan mala.
EMPECÉ a leerla en el bar Queirolo del centro de Lima, muy cerca a donde habia comprado el libro, acompañando un menu de sopa, que estaba buena, pues se puede bancar en cualquier parte del Perù que la sopa que abre el menù màs humilde es deliciosa. El plato principal era cau-cau o patita no recuerdo pero sí que no estaba tan bueno y lo mejoré con un adición generosa de salsa picante, la cual tiene el mágico efecto de hacer cualquier menjunje más apetitoso.
Un poco como lo que sucedió con la Carmenere en Chile, donde se le confundía con la Merlot, la Chenin Blanc permaneció 300 años en el anonimato en Sudáfrica, donde se cree llegó en el bergantín Dromedaris, en 1655, a bordo del cual estaba Jan Van Rieebek, el primer impulsor del vino en esa parte del mundo. No fue conocida con su nombre francés original sino con una toponimia local, Steen (pronunciada algo así como sh-táin), que permaneció hasta 1963, cuando un ampelógrafo de la Universidad de Stellenbosch la identificó como Chenin Blanc.
Si bien la Pinotage es considerada la cepa bandera de los vinos de Sudáfrica, con 8,000 hectáreas, la Chenin Blanc, con más de 18,000 y con vinos de suprema calidad, tiene derecho a reclamar ese título. De hecho, su área es mayor que el área combinada del resto del mundo. Es una cepa muy versátil, produciéndose desde brandy hasta vinos dulces y con Botrytis, pasando por espumantes y varios tipos de tranquilos. Su característica principal es una acidez intensa, lo que le permite una guarda prolongada para los vinos de más calidad (se habla de hasta 100 años) y beneficiarse de tratamientos como conversión maloláctica, crianza en lías y uso de roble, lo que resulta en mayor complejidad, textura cremosa y redondez en boca. A ello contribuye también que se han conservado muchas viñas antiguas cultivadas en vaso, lo que permite elaborar vinos realmente estupendos, con mayor concentración de sabor.
A pesar del clima cálido y menos lluvioso de Sudáfrica, los vinos mantienen alta acidez y expresan notas típicas de manzana y fruta de hueso, con madurez más marcada que sus contrapartes del Loire, aportando además fruta tropical, como la piña y guayaba. Exhibe tonos florales como jazmín y madreselva, toques a miel y/o cera de abejas y marcada mineralidad.
LA DEFINICIÓN INGLESA DE LARGER THAN LIFE dice «attracting special attention because of unusual and flamboyant appearance or behavior», o sea, un individuo(a) de personalidad muy llamativa por su estilo o comportamiento muy fuera de lo común, algo excéntrico, diríamos. El caso del winemaker Bruce Jack se ajusta perfecto a esta imagen, no solo por su físico y su manera de hacer vinos sino también por su vida, que da para escribir una novela. Hijo de un arquitecto y una música, creció en una casita en Surfer´s Corner a unas 5 horas de Cape Town. Alli, durante las tormentas las olas salpicaban las ventanas de su dormitorio, y fue allí donde Elspeth Jack -su padre- le enseñó a surfear a los 5 años.
Después de estudiar ciencia política en Cape Town y una maestría en literatura en Escocia, se fue a Adelaide, Australia a completar un grado en winemaking. Trabajó años en viñedos y bodegas de Francia, España, Australia y Estados Unidos, y volviendo a Sudáfrica en 1998 creó su primera bodega, Flagstone. Sus métodos poco ortodoxos llamaron la atención de la comunidad vitivinícola, por sus vinos limpios, maduros, afrutados y de taninos suaves, trabajados con wild ferment, sin filtrado y sin adición de sulfitos. Se puede decir que se adelantó una década a la tendencia de los vinos naturales.
De allí todo fue quemar etapas. Vendió Flagstone a Constellation, una de las marcas más grandes del mundo en vinos y espirituosos. Su formación en literatura lo animó a escribir mucho sobre vinos para distintas publicaciones, siendo elegido para escribir el prólogo de la prestigiosa guía de vinos Wine Platter. Un artículo que escribió para la revista Tong, de Alemania, sobre la Pinotage, galvanizó su amor por esa cepa hasta entonces poco comprendida y mal apreciada. El tiempo le daría la oportunidad de desarrollar excelentes Pinotage, como el Daily Brew, el Pinotage Malbec y el Pinotage Reserve, que IVAN VINO trae ahora al Perú.
Luego de trabajar años como enólogo para Constellation South Africa, creó su nueva bodega, The Drift Estate, en las partes altas de la comarca Overberg y lanzó la marca Bruce Jack, con la intención de hacerla global, con spin offs en Chile y España. Luego reubicó la bodega en Somerset, y no se le ocurrió mejor idea que instalarla en un enorme edificio que en el pasado fue una fábrica de dinamita. Es que algo de explosivo tienen sus vinos. De hecho, una de las paredes más grandes de la bodega tiene luces de neón con las palabras «seduce», «sucumbe», «sensación», «agita» (swirl, de agitar el vino en la copa) y «serenade».
Pero no todo es extravagancia y flamboyismo en la vida y obra de Bruce Jack. En 2017 creó la fundación benéfica The HeadStart Trust, que recibe un porcentaje de todos los beneficios de Bruce Jack Wines.
Los vinos de Bruce Jack disponibles ahora en Perú incluyen la línea Lifestyle con el Sauvignon Blanc, el Chenin Blanc (cepa blanca emblema de Sudáfrica), el Pinotage Daily Brew, el Pinotage Malbec y el Shiraz Malbec. Además el Pinotage Reserve en la gama premium y en la ultra premium la línea Heritage con el Clean Slate Shiraz y el Boer Maak n´ Plan Chenin Blanc. Al momento todos se encuentran en Book Vivant de Miguel Dasso 111 San Isidro y pronto estarán en otros establecimientos, tiendas gourmet y restaurantes donde ya IVAN VINO tiene presencia con los vinos sudafricanos de Grape Grinder, Anthonij Rupert, Cape of Good Hope y Protea.
Tiempo que no escribo sobre temas propiamente enológicos y creo que debería hacerlo más seguido, uno, porque me sirve para repasar y no olvidar detalles, que a partir de cierta edad, se hace duro retener, y la otra porque siempre habrá alguien que encuentre utilidad en una explicación sencilla de temas vineros que a veces se antojan algo complicados. Por qué no decirlo, para aclarar el tema, hablemos de como se clarifica el vino.
La primera impresión que nos produce un vino es el packaging, la botella, la etiqueta pero una vez que el vino sale de ella, ya en la copa, nos atrae el color, la transparencia y el brillo. El vino, sea blanco, tinto o rosa es cosa bella de contemplar y ver los rayos de sol atravesar el líquido translúcido y generar brillos del color del mismo es todo un placer. Ahora, si nos encontramos un vino turbio o con partículas o nubosidades, pues es un turn off total y se pierde el encanto y se cuestiona la calidad. Cómo, entonces, los winemakers logran que el vino sea cristalino y libre de impurezas? Pues lo hacen mediante el proceso de clarificación -tambien conocido como estabilización- que consiste en precipitar las partículas en suspensión presentes luego de la fermentación.
El concepto tras de este proceso es simple: las partículas más grandes atraen a las más pequeñas, que se aglomeran a su alrededor hasta que en razón del peso que adquieren precipitan al fondo del envase. La mayor parte de estas partículas en suspensión son levaduras muertas aunque también puede haber coloides, formados por taninos y otros compuestos como fenoles y polisacáridos (azúcares de cadena larga). Para este fin se usan agentes clarificadores, que en el pasado incluían compuestos hoy inadmisibles, como sangre seca en polvo y otros poco efectivos, entre ellos distintas gomas. La clarificación ocurre tarde o temprano en cualquier vino sin necesidad de estimularla, pero para los vinos jóvenes comerciales de gran volumen, esto tomaría mucho tiempo, por lo que es mas común en este tipo de vino que en los vinos finos de guarda.
Los agentes de clarificación/fining de uso más frecuente tenemos:
Clara de huevo. Un agente tradicional, se usa batida o en polvo, liga taninos toscos y es comun en vinos tintos de calidad, ya que algunos winemakers afirman que resulta en una textura sedosa y redonda.
Gelatina. Un clarificador común obtenido de proteinas de cerdo, es muy potente para remover tonos amargos y astringencia de vinos tintos y el pardeamiento en vinos blancos. Debe ser administrado con mucho cuidado en la concentración pues en exceso remueve compuestos aromaticos y de sabor deseables y puede producir nubosidad proteica luego de embotellado.
Isinglass. Obtenido de las vejigas de pescado, muy efectivo para vinos blancos, haciendolos brillantes, pero se debe usar la minima cantidad posible pues puede producir nubosidad en botella y en algunos casos olores relacionados a pescado.
Bentonita. Es una arcilla volcánica con gran area superficial y carga negativa, que permite adsorber (no absorber) partículas y coloides con efectividad. Tiene mínimo efecto en la reducción de sabor textura, aunque reduce algo el color en tintos. Produce gran cantidad de sedimento, por lo que la merma al trasiego es grande, siendo que su uso no es favorecido en la produccion de grandes volúmenes. Es usada para vinos aptos para veganos.
Otros agentes incluyen la caseína de leche, proteinas vegetales, pvpp (un tipo de plástico) y carbón, el cual es efectivo en retirar tonos marrones y compuestos pero fácilmente puede afectar negativamente el sabor.
Dicen que el tiempo vuela, y tal parece, es así. No diré que parece que fue ayer, como dicen todos, pero sí diré que parece al menos, anteayer. En cualquier caso, a esta altura de Octubre, el 2021 ya tenía una semana y media desde mi retorno de Rumanía, a donde fui para pasar mis 60 añujes, un poco porque cuando cumplí 50 no hice nada especial y sentía que me debía algo, porque para que uno estudia, lee y trabaja tanto, si no es para darse algun gustavo. El tema es que decidí mi salida casi sin antelación pues cuando dije me regalo un viaje, la mayoría de países estaban en rojo o ámbar para el Coronavirus, y cuando mi plan original, que era ir a Grecia, se cayó por ese motivo, solo quedaban Rumanía y Kuala Lumpur y a esta útima no me arrimaba. Después de todo ya tenía bastante experiencia viajando a Europa Oriental, específicamente a los Balkanes, región que siempre me ha llamado la atención por lo enmarañado de su historia.
No sabía realmente que iba a encontrar en el país de Drácula y Ceaucescu, cuando me di cuenta que ya tenía comprado el boleto de avión y no había marcha atrás y me puse a investigar en la net de qué se trataba el país y encontré que tenía mucho vino, con casi 200mil hectáreas cultivadas y muchas cepas indígenas y me dije, bueno, al menos algo tengo que me puede interesar, por lo que me acerqué a la embajada en Lima y la embajadora muy amable me recibió y me dio mucha info sobre el país, que tenía mucho más que ofrecer que los vinos, aunque quede claro que los vinos son estupendos y probé muchos en esos 12 días que me tocó pasar en ese maravilloso país. Qué podría aumentar ahora de lo que ya he contado en otros posts, tal vez mucho porque como mal escritor, no me puse a cronicar todo lo que vi y sentí en esos días de Octubre pandémico, de mi maravillosa habitación de 5to piso del hotel Rembrandt en la calle Smardan, ni de lo impresionante del Palatul Populurui, la babilónica edificación que Ceaucescu hizo construir y nunca llegó a disfrutar, ni de las calles arboladas de Bucharest, del encanto germano medieval de Brasov, pueblo en Transilvania donde me convertí oficialmente en adulto mayor, ni en la maravillosa ciudadela medieval de Sighisoara, que figuró en uno de mis primeros cuentos sin haberla yo conocido, ni en la hermosa Targu Mures, donde una encantadora sommelier me llevó a visitar bodegas y me dio una soiree catando numerosos vinos rumanos.
Tal vez deba más adelante esforzar la memoria y empezar a escribir algunos posts basándome en los recuerdos que las imágenes que recogí susciten. Mientras tanto los dejo con algunas vistas de ese extraordinario país, que recomiendo visiten.
Sudáfrica no deja de sorprender con sus vinos. Con 2,700 bodegas que representan 100 mil hectareas de winelands (viñedos) distribuidos en sus 4 regiones vitivinicolas (Coastal Region, Breede River Valley, Klein Karoo y Olifants River), es el noveno productor mundial de vinos. En el 2020 se produjeron 317 millones de litros de vino, de los cuales un 35% se dirigió al mercado de exportación. De ellos, el 93% corresponde a vinos certificados en su integridad social y su sostenibilidad ambiental. Ello garantiza que sin importar el nivel de precios del vino escogido, se disfrutará de un vino de calidad, además de tremenda intensidad de aroma y sabor.
En el 2021 IVAN VINO apostó por una segunda bodega del país de Nelson Mandela, la productora boutique ANTHONIJ RUPERT, afincada en Franschhoek, pero con viñedos en diversas zonas productoras, como Elandskloof Valley, con sus intensament aromático Sauvignon Blanc y su vibrante Pinot Noir. O como Riebeeksrivier en Swartland, cuyos suelos de pizarra recuerdan a los de Cote Rotie y nos dan Syrah poderosos como los de la denominación francesa. Además de estos vinos de la línea Cape of Good Hope (COGH), ya están en el mercado peruano el inolvidable Pinotage Basson y el Optima, cuyo aroma, cuerpo y sabor recuerdan a los grandes blends de 4 cepas de Bordeaux.
Además, ya se encuentran en el mercado limeños los deliciosos vinos PROTEA, línea de entrada de la bodega. La acogida de productos como el Pinot Grigio, el Sauvignon Blanc, el Dry Rosé de cinco cepas y el Cabernet Sauvignon y Merlot, han sido estupendas. No duden de salir de su zona de comfort vinera y se sorprederán de los vinazos que nos ofrece Sudáfrica.
Nota. Disponibles en Flora & Fauna, Huaca Pucllana, Beli & Co, Book Vivant, La Calandria, La Sanaoria, entre otros outlets.